Y siguiendo con la idea de que el amor mueve montañas (y la decoración de alguna forma también) hoy queremos compartir con vosotros los detalles de la boda entre una asturiana y un cordobés.
El ramo de rosas de jardín, astrantia y sedum era delicado y romántico como el vestido creado por Lorenzo Caprile. Sencillo pero importante.
Como el día anterior a la boda se celebró una espicha para recibir a todos los invitados que vinieron de fuera, la novia pensó que era buena idea ambientar la boda en el sur para que el novio y su familia se sintieran como en casa.
La celebración tuvo lugar en el Club de Regatas. El camino hasta el aperitivo estaba enmarcado por faroles que daban un toque acogedor. El sonido del mar y unas espectaculares vistas de la cuidad de Gijón iluminada creaban esa magia que tienen las noches del verano.
El sitting se montó en la terraza acristalada. Entre naranjos, gitanillas y begonias los invitados iban encontrando sus sitios a la vez que un poco de sur en el norte.
En el comedor alternamos centros altos inspirados en los campos de naranjas con otros más bajos que recordaban a los balcones con macetas, unas llenas de flores y otras de luz porque eran velas, todos llenos de color y vida.
Cada mesa estaba marcada con acuarelas de los distintos patios que sirvieron también para ilustrar las minutas. La cena pintaba bien.
Los novios eligieron uno a uno el sitio de sus invitados y se lo hicieron saber con un marcasitios de cristal y con una flor diferente. Bonita forma de decir “sois muchos pero para nosotros eres único”.
Hasta la buganvilia se subió por las paredes en una noche que, nos cuentan, se hizo de día bailando.
El resto lo pusieron ellos.
Donde estés tú, también estará el sur.
Mientras yo este, no perderemos el norte.
El reportaje fotográfico corrió a cargo de Bibiana Fierro