Conocimos a María cuando ella tenía tres años, era compañera de nuestros hijos en el colegio así que os podéis hacer a la idea de la emoción que sentimos cuando nos vino a decir que se casaba. El tiempo vuela y noticias como esa nos hacen aterrizar y empezar a pensar que los pequeños también se acaban haciendo mayores. Ella fue la primera de la clase en prometerse e inaugurar la época de bodas.
Así que nos pusimos manos a la obra, que septiembre estaba cerca y eran muchas las cosas que había que preparar. Durante meses vimos muy de cerca como cuidaban los detalles. Aunque evidentemente se preparan, los gestos sinceros en una boda tienen una naturalidad y frescura especial y esta boda estaba llena de ellos.
Después de meses de preparativos y nervios, llego el gran día. María se preparó en casa rodeada por su familia y acompañada por Ana, que vino desde Guatemala porque por nada del mundo se quería perder un momento tan importante. Juntas vivieron las horas previas como si fuera una fiesta y es que realmente ya lo era.
María quería llevar en el tocado y en el ramo unas ramitas de mimosa, algo complicado por la época del año y por lo que removimos cielo y tierra para que no fuera imposible. Y no lo fue.
Quería un ramo que fuera como ella y para nosotras ella era, además de guapa, alegre y romántica así que pensamos en hortensias, lavanda…y por supuesto, mimosa.
El ramo también tenía uno de esos pequeños detalles de los que os hablábamos al principio, bueno en realidad, eran dos: dos medallas: una de Covadonga y otra de San Enrique de Ossó y Santa Teresa, por el lugar donde estudió y ahora trabaja.
La misa tuvo lugar en el Altar Mayor de la Catedral de Oviedo. Como septiembre acababa de empezar y aún se respiraba verano, decoramos todo con paniculata. Sencillo pero especial.
Para celebrarlo eligieron el Palacio de Valdesoto. En sus jardines, además de disfrutar del aperitivo se pueden sacar fotos preciosas como estas de Pelayo Lacazette.
Nacho, el novio, es periodista deportivo en LNE. Su trabajo y pasión por el fútbol inspiró el protocolo de mesas: jugadores de ayer y hoy del Real Oviedo. Las hortensias que pusimos no podían ser de otro color que no fuera azul.
Cada mesa tenía la foto y unas líneas sobre el jugador que le daba nombre. Los más veteranos los conocían a todos y algunos ya se hubieran podido ir a dormir en ese momento porque habrían aprendido una cosa nueva.
Volviendo otra vez al principio y a los detalles, los novios tuvieron uno que nos dejó sin palabras a nosotras, así que imaginamos que a los invitados más todavía: encargaron una chapa para cada uno con algo personal y lo dejaron en la mesa, eso provoco la risa de unos, la emoción de otros y la sorpresa de todos.
Cientos de velas iluminaron el camino al salón, no hizo falta soplar para que se cumpliera el deseo: la felicidad de los novios era ya una realidad.
Si queréis leer mas sobre esta boda, podéis hacerlo en Hortensias Azules.